Han pasado dos semanas desde que el Comité de Competición sentenció que haber llamado "HIJO DE PUTA" al árbitro del encuentro Villareal-Real Madrid, no constituye una agresión verbal ni motivo de sanción grave contra el jugador que la profirió. A mi entender esa decisión reviste una importancia fuera de lo común por varios motivos, entre ellos:
1- El que ofendió al árbitro fue PEPE, defensor del Real Madrid, personaje más célebre por su agresividad que por su juego, protagonista de tristes escenas vergonzosas dentro del campo.
3- La ofensa fue proferida en público y terminado el encuentro, pasados los últimos momentos de fragor deportivo y tras varios minutos reconsideración.
2- El calificativo de "hijo de puta" constituye una ofensa en cualquier parte del mundo que, dicha en público como fuera el caso de PEPE, pone en entredicho la condición moral de la madre del aludido.
3- La sentencia del Tribunal de Competición parecería alentar la difamación como arma arrojadiza sobre los árbitros, que vienen a ser JUECES DEPORTIVOS DE PRIMERA INSTANCIA. Por extensión, constituye un ejemplo de incivismo que podría sentar cátedra en el común denominador, sugiriendo que llamar "hijo de puta" a otros jueces, tampoco debe ser castigado.
4- Me pregunto cómo deberíamos calificar la acción de un árbitro que se dirigiese a los jugadores llamándoles "HIJO DE PUTA", en su labor de exigirles juego limpio o corregir su actitud.
5- Colocándome en la piel de los árbitros españoles, me sentiría terriblemente menospreciado por el Comité de Competición, que debe velar por el respeto a la deportividad y el ejemplo público, al declarar que calificar de putas a nuestras madres no es una ofensa grave.
6- Como era de esperar, esta sentencia del Tribunal de Competición no se ha quedado en España. Ha dado la vuelta al mundo y demostrado por qué el deporte español anda sobre la cuerda floja y por qué algunos de sus triunfos son puestos en duda.
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